Estos días se está hablando de una hipotética confluencia
con Podemos y otras fuerzas que ya participan en una alianza electoral con la fuerza
morada. El 84’5% de los militantes y simpatizantes de IU han votado favorablemente
a ese posible acuerdo, si bien el contenido final tendrá que ser ratificado democráticamente
cuando se conozcan todos los detalles. Como candidato de IU-UP quiero subrayar la
importancia política de este acuerdo y animar a compañeros y compañeras a que voten
favorablemente.
Ahora bien, considero imprescindible enmarcar esta decisión
en un análisis del presente momento político. Algo que trataré de sintetizar en
cinco tesis.
Tesis primera:
la crisis de régimen se resolverá con ruptura o reforma
La crisis de régimen que asola nuestro sistema político
encuentra su origen en las dificultades de la oligarquía para gestionar la crisis
económica y sus efectos. El desprestigio de las instituciones políticas, desde el
Congreso hasta los partidos políticos, está vinculado a la pérdida de legitimidad
de quienes han gobernado y dirigido nuestro país durante las últimas décadas. Incapaces
de convencer, han tenido que recurrir a la coerción y la represión para mantener
el orden -la ley mordaza o la reforma del código penal son expresiones características
de ello.
Efectivamente, la ciudadanía
ya no cree con la misma convicción en las instituciones que hasta ahora han enmarcado
la vida social y política de nuestro país. Pero no es una simple cuestión de relato,
fe o concepción del mundo. Hay algo más profundo: el agotamiento de las formas con
las que la oligarquía de nuestro país se articulaba para garantizar la acumulación
de capital, es decir, la buena marcha de la economía. Bajo el modelo
de especulación y pelotazo inmobiliario las grandes empresas y grandes fortunas
de nuestro país habían casado sus intereses con una élite política corrupta y clientelar,
todo lo cual era funcional a un modelo de crecimiento económico que generaba empleo
y atraía rentas del extranjero. La profundidad de la crisis económica ha deshecho
esa red de intereses, levantando al mismo tiempo una polvareda de casos de corrupción
y estafa por todas partes del territorio español.
La clave es entender que lo que se ha deshecho –que no
roto- es la forma realmente existente del Estado, su articulación concreta, para
un momento histórico del capitalismo español. El Estado estaba configurado de tal
forma que permitía y promovía un modelo de crecimiento económico caracterizado,
entre otras cosas, por el endeudamiento privado, la desigualdad y las burbujas especulativas.
Ese modelo se ha agotado y con él ha perdido sentido la configuración del Estado
mismo. Ha entrado en crisis; en crisis de régimen.
En este punto, las grandes empresas
y las grandes fortunas, cuyos beneficios están en juego, han suscrito una hoja de
ruta –la de las reformas estructurales neoliberales- que tiene como objetivo recuperar
la acumulación de capital sobre la base del incremento de la explotación laboral
y la pérdida de derechos sociales. Otra vuelta de tuerca: más privatizaciones, más
recortes, más flexibilidad, más desigualdad. Ahora bien, la economía no opera en
el vacío, sino en instituciones políticas. Eso significa que los cambios económicos,
especialmente si son tan radicales como los que pretenden –pues golpean directamente
a la vida de las personas – tienen que tener un fuerte respaldo político
bien para intentar generar consenso sobre su inevitabilidad bien para controlar
las protestas que provoquen.
Es aquí donde se sitúa el dilema central entre ruptura
o reforma. Entre una reforma encaminada a hacer los cambios necesarios para reajustar
el Estado a las nuevas necesidades de la acumulación de capital, coincidente con
los intereses de las grandes empresas y grandes fortunas, y una ruptura que plantee
una alternativa al sistema político y al régimen de acumulación, coincidente con
las necesidades objetivas de las clases populares. Obsérvese que la disyuntiva no
es entre un Gobierno de cambio y otro que no lo sea; todos los Gobiernos y alternativas
son de cambio. Un proceso político de restauración o reforma es precisamente eso:
la salida de la crisis de régimen con un Estado rearticulado, legitimado y funcional
a la acumulación de capital en su nuevo tipo.
Ahora bien, la oligarquía no ignora que su hoja de ruta
conlleva un cambio radical en el orden social mismo, puesto que significa hacer
saltar todas las costuras del Estado Social. Por esa misma razón el informe del
FMI de agosto de 2013 sobre España puso de manifiesto la necesidad de preservar
el soporte político –el bipartidismo, apuntaba entonces- así como preparar las medidas
coercitivas necesarias para atajar las protestas sociales. A ello me referiré en
las tesis segunda y tercera.
Tesis segunda:
la crisis de gobernabilidad es una oportunidad
En agosto de 2013 el FMI alertó de los riesgos de freno
en las reformas estructurales que habían comenzado en 2010 con el PSOE en el Gobierno.
En el mismo informe que proponía un recorte brutal de las pensiones -propuesta satisfecha
apenas unos meses después por el Gobierno del PP- el FMI indicaba su preocupación
por la debilidad del bipartidismo y por los posibles estallidos sociales. En cierta
medida era un reconocimiento de que las reformas estructurales necesitaban un soporte
político específico, que a juicio del organismo internacional residía claramente
en el bipartidismo.
Lo que subyacía en esas preocupaciones
era la idea de que el bipartidismo era el instrumento político ideal para casar
las necesidades de la economía –desde la óptica del FMI, coincidente con la de la
oligarquía española- con el ejercicio del poder en el Gobierno. Existiría, en definitiva,
una suerte de correspondencia entre los intereses de la oligarquía y las decisiones
del bipartidismo. De este planteamiento han nacido ideas como la de la Gran Coalición, que en otros países ya ha sido experimentada.
Sin embargo, lo que estamos viendo en nuestro país es una
crisis de gobernabilidad, es decir, la incapacidad de conformar un Gobierno. Algo
que revela que no existe esa correspondencia directa. Este es un rasgo característico
de la crisis de régimen: los intereses de las grandes empresas y grandes fortunas
chocan con los aparatos de unos partidos que están sufriendo la deslegitimación
ciudadana y cuya preocupación esencial es su propia supervivencia y reproducción.
Así que aunque uno esperaría ver a Rajoy dimitir y que su sustituto/a apoyara el
pacto C’s-PSOE, que es por cierto la expresión más clara e inteligente de restauración
del régimen, finalmente eso no sucede.
Esta situación es, sin duda, una oportunidad política para
cortocircuitar la operación neoliberal y frenar sus reformas estructurales en nuestro
país. Abriéndose hueco en esta crisis de régimen es posible plantear una articulación
nueva de intereses, desde las clases populares y desde abajo, que dispute el poder
político a quienes, de momento, son incapaces de representar corresponsablemente
a la oligarquía. Así, lo lógico es pensar que la alternativa se construye articulando,
sumando, acumulando en torno a un proyecto político común a los sectores sociales
golpeados por la crisis en sus diferentes ámbitos. La oportunidad estará abierta
mientras la crisis de régimen siga expresándose en aspectos como la crisis de gobernabilidad.
Tesis tercera:
las respuestas populares son el motor del cambio
La crisis y, sobre todo, la gestión neoliberal de la crisis
no solo ha causado un cambio en las condiciones de vida de las clases populares
sino también estallidos sociales de diverso tipo. Los recortes y el desempleo han
provocado un crecimiento notable de las movilizaciones en los últimos años, la mayor
parte de las veces en forma sectoriales (como mareas, antidesahucios, huelgas generales…)
pero otras veces de forma global (15-M, Rodea el Congreso, Marchas por la Dignidad…).
El mensaje parece evidente: la ciudadanía está respondiendo políticamente a la crisis
y sus efectos.
Pero eso no significa que estemos ante una respuesta necesariamente
consciente, en términos de proyecto político, sino más bien ante la simple manifestación
de la frustración de quienes son golpeados por la crisis. Hemos dicho ya que en
la habilidad de articular esas diferentes reivindicaciones bajo un proyecto político
coherente está la clave. Y ahí no hay nada escrito de antemano.
Los partidarios del proceso de restauración o reforma tratan
de convencer a las clases populares de la necesidad de que se resignen ante su nueva
situación o incluso para que sigan confiando en un porvenir mejor. Mientras eso
sucede emergen distintas opciones de ruptura cuya retórica política está basada
siempre en la protección de las clases populares. Pero la sustancia política es
muy diferente si esa opción procede de la derecha o de la izquierda. Del primer
tipo estamos viendo un crecimiento espectacular en toda Europa con la proliferación
de partidos populistas de ultraderecha, xenófobos y fascistas. Del segundo tipo
hemos visto procesos esperanzadores en el mediterráneo, especialmente en Grecia
y España. Esta es, sin duda, la batalla política más inmediata: la de la representación
política de las clases populares.
Para lograr vencer en esa batalla es necesario combinar
dos estrategias políticas: las estrategias discursivas y las prácticas políticas
de inserción en el conflicto. Ni es posible representar a las clases populares si
éstas no entienden –o rechazan- las palabras que pretenden transmitir el proyecto,
ni tampoco es posible representarlas si no hay una imbricación directa con la vida
cotidiana de los representados. Al fin y al cabo, la subjetividad se construye en
la práctica y, particularmente, en el conflicto; es lo que los clásicos llamaron
filosofía de la praxis.
En definitiva, el instrumento
de transformación ha de parecerse más a las formas de la Plataforma de Afectados
por la Hipoteca (PAH), bien equipada de una estrategia discursiva, que a una simple
maquinaria electoral que se desentienda de los espacios vitales de conformación
de ideología.
Tesis cuarta:
la unidad popular es el nombre de esa estrategia
Entender que la articulación de los sectores sociales golpeados
por la crisis no se puede hacer desde el laboratorio, sino desde la praxis, es básico.
La unidad popular no es una consigna de comunicación política, ni tampoco un sujeto
político, sino una estrategia de articulación que se desarrolla en planos diversos.
Por un lado, la unidad popular se practica en las movilizaciones
en defensa de los derechos, sean los servicios públicos, las condiciones laborales
o los derechos políticos. Es ahí donde confluyen diversos sectores y donde se teje
cierta unidad en la diversidad: en torno a la defensa concreta de un objetivo político.
Pero no solo es eso. Parar un desahucio, ir a la huelga, protestar contra la privatización
de la sanidad o exigir el fin del voto rogado no son solo estrategias que funcionan
si se alcanza el objetivo concreto, sino que en sí mismas ya transforman al individuo
y al colectivo que se ve involucrado. Crean subjetividad.
Por otro lado, la unidad popular debe tener expresiones
electorales, es decir, debemos ser capaces de trasladar a las instituciones los
reflejos unitarios de las movilizaciones. Al fin y al cabo, tampoco es posible transformar
la realidad legal si no se ganan las instituciones. Y es aquí donde llegamos al
punto de discusión central de estos días: la necesidad o no de articular electoralmente
a organizaciones distintas en torno a un proyecto político concreto. Mi opinión
es firme y contundente: es posible y necesario.
Los éxitos electorales de las confluencias municipales
son expresión de un clima social que beneficia la proliferación de proyectos rupturistas
y de transformación social. Es la oportunidad para aprovechar la crisis de régimen
también institucionalmente.
Una confluencia Podemos-IU tendría la capacidad de movilizar
y tensionar a gran parte de la sociedad, de cara a disputar efectivamente el Gobierno
a los partidos del régimen que están embarcados en un proceso de reforma. Llegar
al Gobierno supondría la paralización inmediata de los desahucios, la paralización
de la privatización de las entidades financieras rescatadas, planes de empleo y
un mensaje muy claro para el resto de Europa. Es decir, supondría un punto de inflexión
no solo nacional sino también internacional.
Tesis quinta:
Izquierda Unida es un instrumento para la ruptura democrática
Hemos visto el precipicio. Cuando acepté ser candidato
a la Presidencia era consciente de las dificultades exógenas y endógenas que enfrentábamos.
Sufrimos importantes varapalos electorales, pero logramos aguantar el 20-D con enorme
elegancia y respeto gracias a una militancia de oro que supo entender el momento
político y la necesidad de preservar el instrumento y la cultura política de IU.
Ahora nos encontramos en otra fase. Fortalecidos por el
creciente respaldo que evidencian las encuestas y, sobre todo, por la coherencia
política demostrada en los últimos años, en Izquierda Unida debemos afrontar al
menos dos retos esenciales.
El primero, nuestra organización debe adaptarse al nuevo
contexto socioeconómico por el que atraviesa nuestro país. Estamos ante una fase
distinta del capitalismo, distinta de la de 1986, y hemos de adecuar el instrumento
a estas nuevas condiciones. Esa es la tarea de la asamblea federal que está teniendo
lugar en estos momentos y en las que nuestra candidatura propone una transición
hacia un movimiento político y social que permita articular a las clases populares
a través de la inserción en el conflicto social (tesis tercera).
El segundo, nuestra organización ha de trabajar para la
ruptura democrática y no para la restauración del régimen. Eso significa que debemos
ser audaces y valientes a la hora de trabajar con otros proyectos distintos en el
marco de la ruptura con el régimen, y no resignarnos a ser una reducida expresión
electoral cuya máxima aspiración sea la de facilitar gobiernos de la izquierda del
régimen. Es comprensible que determinadas culturas, como la carrillista, sigan teniendo
eco en nuestra organización, pero sus prácticas políticas no son ni de lejos lo
que ahora mismo necesitan las clases populares de nuestro país. Por mucho que se
enmarquen en retóricas histriónicas y sobreactuadas, llenas de consignas litúrgicas
sin coherencia conceptual, las propuestas anticonfluencia solo pueden desembocar
en el fortalecimiento del lado amable del régimen. Ese mismo lado que, como eslabón
débil del régimen, tiembla ante la posibilidad de que un proyecto político diverso
pero compacto y de ruptura pueda arrebatarle el espacio político. No olvidemos,
en ningún momento, que Izquierda Unida nació como espacio de convergencia y para
superar el capitalismo, no como instrumento autoreferencial para el apoyo de los
proyectos socioliberales.
Conclusiones
Esta no es una crisis cualquiera, sino una crisis de régimen.
Lo que quiere decir que no solo afecta a las políticas económicas sino al espacio
político mismo. Nuestro país se encuentra en una encrucijada política en la que
tiene que optar por la reforma o la ruptura democrática. La reforma garantizará
los fundamentos de la acumulación de capital en las nuevas condiciones –más flexibilidad
y precariedad- aunque se adorne con cambios de caras y hasta con cesiones democráticas.
La ruptura, en cambio, provocará un punto de inflexión en el avance del neoliberalismo
por todo el país y la propia Europa. La ruptura es un momento de esperanza mientras
la reforma es un momento de pálida resignación.
La confluencia es una estrategia política, no un sujeto
político, y tiene que ver con la necesidad de preservar las conquistas sociales
y poner en marcha un proceso constituyente que democratice la propia relación económica.
La confluencia se da entre distintos, y es incluso contradictoria en algunos rasgos;
de ninguna forma es un acto puro y sobrio. Por el contrario, es diverso, plural
y rico en matices. Pero también es firme en su proyección política, lo que lo hace
la única estrategia válida para enfrentar al enemigo de las clases populares: el
proyecto político neoliberal que encarna el régimen actual.
Sobre los y las militantes de Izquierda Unida descansa
ahora una parte importante y necesaria de la responsabilidad moral y política con
las clases populares. La tarea es inmensa, y la urgencia aún mayor. Las esperanzas
de mucha gente están depositadas en la audacia y habilidad que tengamos los que
luchamos por un mundo más justo desde diversas trincheras. La esperanza de que ante
esta próxima campaña electoral seamos coherentes en las decisiones que nos corresponden.
Salud y República.
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